España —como todo Occidente— es un país que se sentía seguro en manos de la ciencia, el progreso, la tecnología y de cosas que no garantizan nada de nada, pero es una nación sumamente vulnerable que cuelga de un hilillo fino que se puede romper en cualquier momento, como ha quedado demostrado últimamente una y otra vez. España necesita luz. La luz es necesaria para ver, para caminar, orientarse, saber hacia dónde uno se dirige. Sin luz no se puede trabajar, ni producir, ni cocinar, ni comunicar, ni tener agua caliente, ni comprar y vender, ni viajar, ni disponer de infinidad de medios y aparatos. Sin luz no podemos hacer nada. Con el apagón ha quedado patente que no estamos preparados para hacer frente a este tipo de imprevistos.
Siempre pensamos que, como estamos muy avanzados, nada malo nos puede suceder, por tanto, no nos preparamos para lo que puede sobrevenir, llámese Covid, Filomena, Dana, volcanes, inundaciones, sequías, apagones, etc., pero estas cosas pasan y nos pillan desprevenidos. Son avisos, advertencias que Dios nos hace para que tomemos medidas, de suerte que su último llamado y su próxima aparición no nos pillen por sorpresa. ¿Cuál será el próximo susto a la vuelta de la esquina? ¿Estamos preparados para enfrentarnos a las consecuencias de una convulsión en Europa o de una catástrofe sin precedentes? Es obvio que no lo estamos ni lo podemos estar. Pero como creyentes sí nos podemos preparar consolidando nuestro servicio y nuestra relación con Jesús. España necesita urgentemente la luz del Evangelio. Que Dios nos abra los ojos y los oídos del corazón.