Las distracciones, como las moscas, invaden nuestra vida y nos roban la paz y el descanso. Sólo cuando aprendemos a alejarlas podemos hallar silencio y espacio para encontrarnos con Dios. Cada momento en comunión, libre de afanes, se convierte en una perla de valor eterno. Pidamos al Señor que nos ayude a vencer todo aquello que nos aparta de lo esencial: su presencia.
Entre el bullicio del mundo, Dios sigue susurrando a quien desea oírle. Las distracciones nos ciegan, pero el silencio abre los ojos del corazón. Jesús buscaba soledad para orar, hallando allí su fuerza y propósito. También nosotros debemos volver a esa calma donde Su presencia renueva. Solo en Él el alma recobra la paz y la luz que el ruido intenta apagar.
Vivir conscientes de la presencia de Dios transforma nuestra vida. Cada pensamiento y acción bajo Su mirada nos libra de la hipocresía y nos impulsa hacia la santidad. Recordar que Él lo ve todo nos lleva humildemente a Cristo en busca del Espíritu Santo.
La Fiesta de los Tabernáculos nos recuerda cómo Dios cuidó de su pueblo en el desierto y nos invita a confiar en su provisión diaria. Así como ellos caminaban hacia la tierra prometida, nosotros peregrinamos hacia nuestro hogar celestial, guiados por el Espíritu Santo. Celebramos con esperanza, sabiendo que un día Cristo volverá para completar su obra en nosotros.
Aunque el cuerpo muestre señales de cansancio y el alma a veces se sienta pesada, no debemos desanimarnos. Porque en Dios nuestra fuerza se renueva cada día, y es en Su presencia donde encontramos verdadero descanso y vida. Para ello hemos de acercarnos a Él hoy y dejar que su espíritu y su paz nos fortalezcan y renueven.
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