Uno de los fenómenos más característicos de los tiempos que corren es la deshumanización de los individuos. El avance de la tecnología va arrinconando paulatinamente a la persona, de suerte que ésta va perdiendo su identidad y su libertad es reemplazada por el vacío espiritual de la máquina.
Parecía que la tecnología llegaba para liberar al hombre y ponerse a su servicio, cuando, paradójicamente, ha ocurrido todo lo contrario. Al perder validez los valores humanos, al ser éstos arrinconados y desechados por la mentalidad posmodernista generalizada que se nos quiere imponer, ocupa su lugar la tecnología, con lo que el hombre se mecaniza y pasa a formar parte de la máquina.
Los móviles, los ordenadores, las pantallas, contribuyen todos ellos a recortar espacios de libertad, con lo que la persona se cosifica, queda aislada, reducida a un número, a mero consumidor, pierde su capacidad de reflexión y discriminación, de relación y comunicación, y se convierte en un objeto manipulable e irracional. Todo ello es consecuencia del desmantelamiento de la ley moral y los principios bíblicos en las sociedades y en los corazones.
La deshumanización tiene que ver estrechamente con la pérdida de la dignidad humana, la cual, por otra parte, recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La pérdida de la dignidad humana se traduce en esclavitud, equivale a la pérdida de valores morales, derechos y obligaciones inalienables del hombre. Luchar contra la deshumanización es un reto que exige nobleza de espíritu. Implica desarrollar el carácter moral evangélico y atreverse a ser individuos libres, responsables, no piezas del engranaje de una multitud amorfa. Una sociedad sana se construye desde el respeto a los valores humanos y el amor a la verdad.