Seguramente te habrás preguntado alguna vez cuál es la utilidad de las moscas. Al parecer, todos los seres vivos sobre la tierra cumplen una función y tienen una razón de ser. Dicen que sirven para polinizar. Eso no lo sé. Lo que sí sé es que las moscas son pesadas, molestas, indiscretas, impertinentes, inoportunas, irritantes, cargantes, enervantes, desquiciantes, y quién sabe cuántos calificativos más podríamos añadir para describir el abuso a que nos someten sin pedirnos ni siquiera permiso. Nos roban el tiempo, la tranquilidad y el descanso. Lo invaden todo: casas, estancias, rincones privados; nos amargan las siestas, interrumpen comidas, conversaciones, se posan sobre el pan, el vaso, el plato, la cara, y hasta los labios. Creo que lo mejor que ofrecen las moscas lo dan cuando están muertas.
Estoy convencido de que la única razón de ser de las moscas es figurativa y metafórica: se asemejan mucho a las distracciones. Podríamos incluir afanes, preocupaciones, problemas, congojas, necesidades, trabajos, saturación de todo: información, anuncios y mensajes que nos desconcentran y nos desvían de lo esencial en la vida, esto es, disfrutar de un poco de paz, quietud, sosiego y silencio para poder orar sin trabas, para estar en paz consigo mismo y con Dios, para que nuestras horas y minutos sean perlas preciosas que adquieren un valor eterno en su presencia. Las distracciones encierran gran poder para desviarnos, agobiarnos y sacarnos de quicio, o sea, para arruinar nuestra vida y apartarnos del negocio fundamental. Lo mejor que podemos hacer con toda clase de distracciones es acabar con ellas.






